Catalunya vs. España: ¿Quién gana a Quién?





No hay conflicto entre grupos humanos sin contendientes convencidos de que pueden resolverlo a su favor. Cuando el conflicto alcanza su punto álgido, los contendientes, mediante el habitual juego de alianzas y desalianzas, se reducen, concentrándose lógicamente en dos bandos en liza.

En el terreno específico de la política que haya contendientes significa que la victoria no está garantizada de antemano por ningún oráculo infalible, ni por ninguna ley divina, natural o positiva. Si no fuera así no estaríamos ante una relación de naturaleza política, sino ante un conjunto de desalmados criminales que disfrutan con la práctica del mal en un extremo de la misma y, en el otro, ante un conjunto de locos o suicidas voluntarios a los que la vida les pesa ya demasiado y prefieren morir. Un hecho que, de darse, no pertenece al conjunto referencial que nos ocupa.

Catalunya “tiene” el poder suficiente para intentar separarse de España y dotarse de un estado propio e internacionalmente reconocido. España, por su parte “retiene” el poder global suficiente para tratar de impedírselo. Por eso estamos ante un conflicto de carácter político, de resultado incierto, imprevisible y arbitrario, que, a la larga, no ofrece otra alternativa que la victoria definitiva de uno u otro de los contendientes: ¿Quién puede a Quién? La naturaleza no meramente cuantitativa de los elementos enfrentados que componen la relación conflictual convierte siempre en contingente el resultado. Suerte -que importa, y mucho- al margen, todo queda en manos del valor, la pericia, el conocimiento, la intuición y genialidad estratégicos de los respectivos pueblos y de sus dirigentes.

En resumen, el acierto o desacierto de una determinada estrategia dependerá del tipo de respuesta que se dé a preguntas como las que que formulamos a continuación: ¿cuándo, dónde y cómo (por qué medios) se debe plantear la confrontación necesaria y decisiva que nos conducirá a la victoria?

La primera de las cuestiones ya tiene respuesta. Los catalanes han decidido (si acertadamente o no es distinta cuestión) que ha llegado el momento propicio para desligarse total y definitivamente del yugo del imperio y constituirse en estado independiente y reconocido -con todos los derechos y obligaciones que comporta- en el seno de la ONU. El Estado “social y Democrático de Derecho” español, miembro reconocido a todos los efectos de dicha Organización, se opone frontalmente a las pretensiones catalanas. Resulta paradójico que unos y otros defiendan sus antagónicas posiciones aduciendo a su favor valores, principios y derechos democráticos. Las espadas siguen en alto y pocos son los que, aparte de expresar prejuicios o deseos, se atreven a predecir sine ira et studio el resultado final del litigio.

La segunda pregunta en su dimensión espacial no es aquí muy relevante y sus otras vertientes modales pueden ubicarse en el ámbito de respuesta de la tercera.

¿Cómo? ¿Por qué medios? Hace ya más de siglo y medio que Tocqueville anunció que en adelante el totalitarismo sólo podría imponerse y perdurar travestido de democracia. Los hechos han confirmado a pies juntillas este pronóstico y el totalitarismo enmascarado de la actualidad, en su versión imperialista sobre todo, sigue gozando de excelente salud. Tanta que ha devenido fondo, forma y denominación del sistema político mundial, o al menos occidental, que sufrimos. Estamos en la época del Imperialismo, como otrora estuvimos en la del Feudalismo o en la de las Guerras de Religión. A fortiori, es época de movimientos de liberación nacional, de luchas de pueblos sometidos por ejercer el derecho inherente de poseerse a sí mismos1. En consecuencia, si admitimos que la llama de la democracia sigue viva, siquiera en forma de rescoldo, tenemos que concluir que hoy en día en el mundo occidental coexisten codo con codo dos sistemas políticos antagónicos que no sólo se denominan de la misma manera, sino que incluso se parecen externamente como una gota de agua a otra. Todos ellos se dicen defensores de los Derechos Humanos (individuales Y colectivos), disponen de Parlamentos, Partidos y Sindicatos, alardean de libertad de prensa, celebran periódicamente elecciones, etc. etc. En una palabra, todos se dicen democráticos y se jactan sin parar de serlo, a pesar de su intrínseca y absoluta oposición.

Si los gobiernos citados se parecen estructuralmente entre sí, lo mismo ocurre con los hombres y mujeres sobre los que gobiernan. Un estado es democrático cuando está habitado por demócratas y viceversa. A su vez, una gran mayoría de los súbditos voluntarios de un régimen fascista (disfrazado o sin disfrazar) son fascistas (por mal que le pesara a Manuel Azaña) y viceversa. Por eso Rousseau, antes incluso que Tocqueville, nos avisó de que cuando la “corrupción” alcanzara el nivel preciso sería muy difícil distinguir, en el plano conceptual, entre demócratas y totalitarios. Sin embargo, el principio que guía la conducta de los primeros es la Virtud (el interés general por encima del particular), mientras que la de los segundos se rige contínua y exclusivamente por el Temor de cada individuo a todos los demás (sálvese quien pueda y como pueda). Todos se proclaman demócratas. En el plano de la mística, la intención o la espontaneidad, unos lo son de verdad y los otros de pacotilla. Los primeros son iguales porque cada uno se posee a sí mismo, los segundos porque no son nada. Unos quieren la independencia nacional, luchan por mantenerla o recuperarla, mientras los otros se aferran como lapas a las migajas que les ofrece el imperio que los devora y anonada progresivamente. Aspiran a cosas diametralmente opuestas bajo una única pancarta que los homogeneiza ideológica y políticamente: los derechos del Hombre, con el que De Maístre, dicho sea de paso, confesaba no haberse topado jamás. ¿Cómo es posible esta coincidencia estratégica entre intereses y deseos contradictorios? La conciencia en ninguno de sus estadios registra, traduce o expresa directa o inmediatamente las respuestas primarias del corazón -en forma de preferencias y desdenes, de facilidades y resistencias- a los estímulos de la circunstancia en y con la que el ser humano es y convive. Para dotarlas de eficacia política se necesita la mediación de la Palabra y ésta es substancia y patrimonio del Poder, tanto en las sociedades indivisas como en las divididas. Por eso un pueblo, aunque sometido y ocupado, tarda en desaparecer pero puede ser pronta y fácilmente engañado hasta el punto de “combatir por su esclavitud como si fuese su libertad”. A lo largo de la historia la ideología dominante ha sido la ideología de los que detentan el Poder, los amos del Discurso. Hoy, dado el control político descomunal que ejercen sobre los abundantes y potentísimos medios de comunicación y propaganda, el éxito de su permanente tarea intoxicadora es más fácil que nunca. El conjunto de causas o motivos que influyen en el comportamiento humano son fruto de la biología y la cultura actuando indefectiblemente de consuno, de las predisposiciones o preadaptaciones e instintos heredados (individual y colectivamente) y de las instituciones. Los instintos, nos complazca saberlo o no, son nuestros sin remedio. En el caso de naciones o pueblos subordinados, las instituciones son mayoritariamente ajenas. En ellas “estamos, nos movemos y somos”. Mientras queramos perseverar en el ser debemos erigir irremisiblemente las nuestras.

¿Qué es lo que ha caracterizado en el pasado a una democracia política y la ha diferenciado de un sistema despótico? No hace tanto tiempo que el conocido jurista danés Alf Ross definía la democracia como una forma de gobierno en la que cualquier conflicto político se resuelve finalmente recurriendo a la voluntad de la mayoría. Sólo contra los intolerantes sería lícito el empleo de la fuerza “para preservar la libertad bajo una Constitución justa”. El gobierno totalitario, por el contrario, acude a medios violentos porque no se asienta sobre el principio democrático de una persona un voto. Es decir, hay que elegir entre la Razón y la Fuerza o, jugando con los términos, entre la razón de la Fuerza y la fuerza de la Razón, para mostrar así la oposición dialéctica, en lugar de puramente formal, que existe entre ambos conceptos. En democracia imperan el diálogo, la persuasión, el acuerdo y, en última instancia, referendums, consultas y elecciones. Incluso las formas de protesta en petición o defensa de los susodichos derechos, desde la crítica verbal o escrita hasta la huelga y la desobediencia, han sido estudiadas, formuladas y reguladas para que no sobrepasen las fronteras de lo permisible. En un sistema totalitario tradicional todos los medios citados eran inútiles y peligrosos porque se gobernaba mediante la violencia controlada en régimen de monopolio por la minoría gubernamental en contra de la mayoría silenciada. Pero esto permitía a los clásicos distinguir a primera vista una y otra forma de gobierno. ¿Qué ocurre cuando el régimen totalitario legitima también sus actuaciones en base al consentimiento generado mediante procedimientos que se consideran “democráticos”? Si tras la de-substancialización de la democracia, el consentimiento de la mayoría -al que a veces se adorna hiperbólicamente con el nombre de consenso- se ha convertido en criterio casi exclusivo y universal de legitimación del régimen, es obvio que eso se puede conseguir, bien porque los gobernados acatan siempre las decisiones del gobierno o bien porque el gobierno se acopla a la voluntad popular. Dos situaciones muy diferentes, pero que permiten utilizar idéntico instrumental en la manera de gobernar.

He aquí brevemente descrito el contexto social -democrático-liberal lo denominan algunos- en el que los catalanes se disponen a luchar por su permanente objetivo de liberación nacional y estado (institución de instituciones) propio. Un escenario en el que todos los objetivos pueden ser pretendidos y, si son justos, alcanzados empleando medios pacíficos. Quizá han pensado que hay que aprovechar las tendencias de la época, sin preguntarse si el viento que las arrastra sopla a favor o en contra2. Es evidente que nunca faltan marejadas en el proceloso mar de la política; lo que importa es saber aprovechar olas y corrientes que empujan hacia playas de salvación y eludir o afrontar las que nos arrastran sin remisión hacia acantilados de muerte.

Fases en el proceso de resolución del conflicto:
Aunque se han señalado hasta ocho etapas en la carrera hasta la independencia y el nuevo estado, que va desde la exigencia de demandas democráticas hasta la consecución de la independencia y el estado propios, parece posible reunirlas en las tres fases que enumeramos a continuación:

Primero.“La ideología es la determinación de la conducta por medio de las ideas”. Si, atrapados en la tela de araña ideológica tendida por agentes del nacionalismo imperialista, los catalanes se empeñan en conseguir su objetivo al amparo de una Constitución que materializa y soporta aquélla, sus esfuerzos serán baldíos; hablarán y argumentarán hasta caer extenuados “al amanecer” sin resultado positivo alguno; se exasperarán al comprobar que su oponente dialéctico, tras haber impuesto la contradicción en base misma de su cadena argumentativa, tiene respuesta válida para todo. La coherencia del discurso le trae al fresco. Por esa vía que algunos han denominado “la vía catalana hacia la independencia”, la derrota está cantada antes incluso del pistoletazo de salida. Esta etapa ha sido ya recorrida. Los hechos la valoran por sí solos.

Segundo. Si, agotados por tanto trabajo sin recompensa, optan por tomar decisiones unilaterales -crear instituciones o estructuras de estado propias-, se les aplicará el castigo que las leyes vigentes contemplan para los casos de incumplimiento de las mismas. Cualquier proclama o decisión en ese sentido será nula de pleno derecho y consecuentemente invalidada. Se tomarán además todas las medidas precisas en defensa de la “justa Constitución”: jurídicas, administrativas y, en caso de necesidad, incluso penales.

Tercero. Si, desairados y encolerizados por el poco juego que permite esta democracia3 donde “todo es posible pacificamente”, en su marcha hacia la independencia recurren a la insurrección, serán violentamente reprimidos porque la “democracia” tiene derecho a defenderse a sí misma de intolerantes y antidemócratas que quieren acabar con ella utilizando la violencia. Serán además acusados de iniciarla y el estado español aducirá a su favor el derecho de legítima defensa ¿Cuánto sufrimiento estaría dispuesta a soportar Catalunya? Un editor español afincado en Catalunya y recientemente fallecido se atrevió en una entrevista periodística a dar respuesta a esta pregunta traduciendo a capricho el término catalán seny, sin equivalente en el idioma español. Porque pese a la abundante literatura utópica al respecto, los recurrentes sueños violentos de los humillados de la tierra nunca se convierten en realidad. “La rareza de las rebeliones de esclavos y de las revueltas de los desheredados y oprimidos resulta notoria; en las pocas ocasiones en que se produjeron fue precisamente una loca furia la que convirtió todos los sueños en pesadillas. Identificar los movimientos de liberación nacional con dicha loca furia es profetizar su ruina”.

¿Quiere esto acaso decir que los catalanes no pueden en ningún caso alcanzar su objetivo? Nada más lejos no solo de mis deseos sino también de mi forma de pensar. ¿Cómo lo pueden lograr? Artur Mas apeló en cierta ocasión a la astucia. No conozco exactamente el significado estratégico concreto del término en boca del “President de la Generalitat”: no sé si quiere decir que ya no sabe qué más hacer o que oculta en su manga la carta estratégica precisa que le dará la victoria en el momento oportuno. En cualquier caso conviene darse prisa porque el tiempo no corre generalmente en beneficio de los que están en situación desfavorable. Y un nuevo fracaso retrasaría imprevisiblemente el horizonte independentista catalán.

Espero, pues, que los catalanes acierten a la hora de proyectar y poner en funcionamiento la estrategia válida capaz de superar los obstáculos señalados. Entonces -y sólo entonces- pueden ganar. Espero que así sea para provecho y satisfacción de los catalanes y de los demócratas en general.







1. Porque si “un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien; pero tan pronto como puede sacudirse el yugo y se lo sacude, hace todavía mejor; pues recobrando su libertad con el mismo derecho que se le arrebatara, o está justificado el recobrarla, o no lo estaba el habérsela quitado”.

2. “Soplan vientos a favor del derecho a decidir”.

3. Spiral of disagreements/tension between “parent” state and the new demos (with violent episodes or not, depending on cases).

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